Benedicto XVI nos ha visitado este verano. Ciertamente han sido unas jornadas llenas alegría, empuje y vitalidad.
Una alegría contagiosa que inundaba cada una de las calles madrileñas por las que circulabas. Una alegría sana, sincera, natural, espontánea, nada buscada. Consecuencia lógica de interioridad de cada uno de los peregrinos. Una alegría que se transmitía tanto en la algarabía, como en el silencio; en el descanso o en los momentos de reflexión.
Una vivencia que arrastra. El Papa nos ha avivado la fe. Nos ha dado aliento. Ha sido ese oasis en medio del desierto que te permite seguir adelante. Unas palabras llenas de optimismo, ánimo y de compromiso. Una vivencia inenarrable.

Gracias Benedicto por arraigarnos más en la fe.


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