La RU-486 o la trivialización del aborto

La ética médica -desde el juramento hipocrático a la Declaración de Ginebra- impone el máximo respeto a la vida humana, a todo ser humano sin discriminación. El rechazo de la RU cobra particular energía, no porque sea simplemente abortiva, sino porque, en su diseño ideológico, que no en su práctica, pretende trivializar el aborto, reducirlo a una rutina, sin dimensión psicológica ni responsabilidad ética.
Tal trivialización del aborto por la RU-486 se da, para empezar, al nivel biológico. La RU, en su condición de antihormona, tergiversa el lenguaje molecular que es necesario para mantener el embarazo, va separando poco a poco, pero de modo muy preciso, al embrión de la madre, y lo mata, lenta e inexorablemente, a lo largo de uno o dos días. Muerto el embrión, sus restos son eliminados gracias al efecto de una prostaglandina. El acto mismo del aborto no es muy diferente de un menstruo algo más abundante y fastidioso de lo normal.
Desde el punto de vista humano, estamos ante una variante, más prosaica y vulgar, de aborto, carente del dramatismo y la tensión del aborto quirúrgico, que aspira a convertir ese drama humano en algo irrelevante, en algo parecido a tratar con un vermífugo, un parásito intestinal: todo consiste en ingerir un preparado y esperar sus efectos.
La RU está diseñada justamente para eso: para desdramatizar el aborto, para blanquearlo, para que todos nos olvidemos de él, para que nadie sienta remordimientos por la vida engendrada y selectivamente destruida.

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